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martes, 23 de octubre de 2012

Avenida del desastre

Hola empollones:
 Os traigo un artículo publicaado en El País sobre las inundaciones recientes de Almeria. Es una vergüenza lo que ha ocurrido en este país con las construcción y no solo por la especulación sin límite si no por la falta de escrúpulos para construir en cualquierlugar con tal de que se venda poniendo en peligro a quien sea. Y yo me pregunto nuevamente lo mismo
¿Este es el paisaje en el que queremos que nuestros hijos crezcan?.
¿Merece la pena enriquecerse a base de empobrecer nuestro patrimonio natural?
¿Para qué queremos tanto dinero si ya no puedo nadar en mi río ni caminar por misbosques?

Que alguien pida un DODO asado con hierbas...o vaya se ha extinguido .... ¿CON QUË COMPRAS ESO?

 Ciao empollones

Artículo publicado el 7 de octubre de 2012 en el periódico El País por

 Avenida del desastre

Todo el mundo sabía que la calle de Juan Sebastián Elcano, en la playa de Vera, era carne de inundación.

Se construyó en paralelo a la desembocadura del río Antas, en una zona en que ya hubo desbordamientos en 1973 y 1989.

Pero nadie hizo nada. Y volvió un aluvión

Situémonos en ese momento, pasadas las once de la mañana del viernes 28 de septiembre. Unos minutos antes, la policía local ha pasado por la calle Juan Sebastián Elcano, en el municipio de Vera, pidiendo por megáfono a los vecinos que quiten sus coches de la vía y los aparquen lejos de allí. Los avisos no sirven de mucho. Numerosos habitantes de la calle son extranjeros que no entienden bien el español; otros confunden los mensajes con la habitual letanía de los vendedores ambulantes y otros ni siquiera los oyen. Casi nadie capta la advertencia.
 A esa hora, pasadas las once, y cuando la intensidad de la lluvia en la calle no puede asustar a nadie, el jubilado Alfonso Hidalgo Moreno, que acaba de sacar a sus perros, Bobo y Betis, prepara café en la cocina de su casa; el socorrista Antonio González, de 33 años, envía un mensaje por móvil a una amiga mientras ve la tele; la alemana Karim Radomsky, de 58, deja de organizar la compra del mercado y empieza a subir muebles y ropa a la planta de arriba, porque ella y su familia se huelen algo terrible, y Raquel, una señora de 65 años que está haciendo unas lentejas, oye los pitidos de un coche en la calle y a un conductor que grita desesperadamente: “¡Qué viene agua!, ¡qué viene agua!”.
Eso es lo que hacían estas personas, según su relato, antes de que el agua les llegara al cuello. Cayeron más de doscientos litros por metro cuadrado en los montes. El agua del río Antas, seco durante todo el año, buscó las ramblas en su camino hacia al mar y arrasó con todo lo que se encontró a su paso. En poco más de diez minutos, la calle de Juan Sebastián Elcano, junto a la desembocadura del río, donde confluyen varias urbanizaciones pensadas para las vacaciones y el retiro, se convirtió en un lodazal. El torrente rompió cristales, arrancó paredes, volcó coches, destruyó la inversión, los ahorros y los proyectos de vida de muchos habitantes y se llevó por delante en esa misma calle a una mujer de 52 años. Según el informe preliminar de daños facilitado por el Ayuntamiento de Vera, el desastre afectó a unas 85 hectáreas de terreno a ambos lados de la desembocadura del río. En total, daños en 4.300 viviendas, 130 locales, 1.950 aparcamientos y unos mil vehículos arrastrados por la corriente.
“Me he quedado sin nada”, dice Alfonso Hidalgo mientras muestra un álbum de fotos lleno de barro a las puertas de su casa. La riada destrozó la puerta y una pared de la casa. Con las piernas cubiertas, Alfonso trató de ponerse a resguardo en la planta de arriba. No le rescataron hasta por la tarde. Lo llevaron a un pabellón en Vera con otros cientos de personas. Volvió al día siguiente y consiguió recuperar alguna cosa: una prótesis dental que había perdido en el fango. “Yo vivo con muy poco dinero. Estoy jubilado y me vine aquí con mis ahorros. Si hubiera perdido la prótesis no me habría podido comprar una nueva. Me he quedado con lo que llevo puesto, el día y la noche”, cuenta con la voz distorsionada por las ganas de llorar.

Junto a él, Momo, un vecino checo que trabaja de gogó en la noche almeriense, mira el suelo sentado en una silla, rodeado de enseres inservibles llenos de fango que se amontonan en la calle. Alfonso sí pudo rescatar a sus perros; él, no. A su perra, una rottweiler llamada Daisy, se la llevó la riada. Antes de perderla pudo rescatar a una mujer mayor de su casa forzando la puerta. A pocos metros de allí, Antonio González, el socorrista, se lamenta de que tendrá que regresar a Madrid: “Me gustaba la vida aquí, pero ya no hay nada. Se acabó. Tendré que volver y buscar trabajo en otro sitio. Aunque ya no hay nada en ningún lado”. Y Raquel, la mujer que estaba preparando las lentejas, cuenta cómo se sorprendió a sí misma colocando en la encimera la olla exprés, que estaba flotando en el agua. “Cómo si sirviera de algo”, dice la señora.
Juan Sebastián Elcano es una extensa avenida de dos carriles que da acceso a la playa y que marcha paralela a la desembocadura del río Antas. Es de las pocas calles de la zona en la que hay comercios. Además de urbanizaciones con cientos de apartamentos, hay cuatro bares, un supermercado, dos restaurantes, un despacho de abogados, dos centros de estética, una piscina, pistas de tenis, un asador de pollos, una tienda erótica, un cajero, un estudio de arquitectura y siete inmobiliarias, la mayoría de ellas cerradas por la crisis del ladrillo.
Las primeras urbanizaciones en la zona no se planearon hasta finales de los setenta. En 1982, los terrenos por donde pasa hoy la calle de Juan Sebastián Elcano fueron calificados por el Ayuntamiento como urbanizables. Por esas fechas llegaron los primeros pobladores, la mayoría ingleses, italianos, noruegos, alemanes y austriacos que se hicieron con algunas casas de multipropiedad. “Pero el mayor desarrollo empezó en 1995”, dice la alemana Karin Radomsky, residente en una zona que conoce desde 1989.
La magnitud del desastre es visible estos días y resulta complicado hacerse una idea de cómo era la calle antes de la riada. Los propietarios se esfuerzan en sacar de sus casas el barro, una pasta espesa y oscura llena de cañas que se ha incrustado en todos los ángulos de las viviendas. En muchas de ellas, una señal negra marca el nivel que alcanzó el agua, los 2,80 metros. Fuera, la calzada es un basurero en el que se acumulan los muebles y electrodomésticos. Las neveras viven en las copas de los árboles y hay todavía coches encajados en lugares inverosímiles. Hay cuadrillas formadas por extranjeros que ayudan a limpiar por unos euros. Las botas de agua se han agotado en los pueblos de alrededor.


En ese ambiente surgen las preguntas de los residentes. Con más o menos virulencia, quienes han perdido sus bienes arremeten contra las Administraciones y buscan a los responsables. Por ahora no aparecen. “Le he preguntado al alcalde que cómo se ha podido construir aquí. No se le deja salida a la naturaleza”, dice Luis Antonio Petit, un profesional del mundo de la publicidad que vive en Madrid y posee una segunda residencia en la urbanización Playas del Sur, donde 170 viviendas han quedado destrozadas. El propietario también señala la falta de limpieza en el cauce del río, algo que había sido demandado por los vecinos, muchos de los cuales veían el peligro de anteponer el interés paisajístico y ecológico de la Laguna a la seguridad de los vecinos.
En cualquier caso, lo cierto es que todo el mundo sabía que Pueblo Laguna, la zona en donde se levanta la calle de Juan Sebastián Elcano, y Puerto Rey, ambas en la desembocadura del río, ya han sufrido inundaciones en el pasado. Una en el año 1973, que también arrasó otros pueblos y que causó cientos de víctimas por todo el litoral. A partir de ahí ha habido varias riadas. Quizá la de 1989 sea la que más recuerdan algunos vecinos. “Ya estuve así una vez. Esto que me ves haciendo ya lo hice entonces”, dice un inglés que trata de sacar el barro fuera de su restaurante.
Si se pregunta a las distintas Administraciones por la causa de las inundaciones, la respuesta es diferente. Para el Ayuntamiento, lo que ha ocurrido está ligado a la falta de adecuación del río. “Le hemos rogado a la Junta de Andalucía que limpiara y encauzara el río Antas de matorrales y cañas”, dice el alcalde de Vera, José Carmelo Jorge Blanco, del PP, que lleva un año y medio en el cargo (antes la alcaldía estaba en poder del Partido Andalucista) y señala que no es momento de buscar culpables. “Estamos desbordados. Necesitamos ayuda para hacer que la gente que vive aquí no sufra más las inundaciones”.

La Junta de Andalucía asegura que en agosto de 2008 se autorizó al Ayuntamiento a encauzar el río, pero que este no lo acabó haciendo por razones presupuestarias. Sí, ha tumbado otros proyectos. Uno de ellos no obtuvo el visto bueno porque estaba ligado a una operación urbanística que consistía en desviar el cauce de una rambla “con el único propósito de liberar terrenos inundables para nuevas promociones inmobiliarias”, según un informe de la Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente del pasado 3 de octubre. La Junta asegura que, si bien la Administración autonómica es la encargada de desautorizar un plan urbanístico, esto solo es así desde 1994, cuando se aprobó la Ley de Protección Ambiental de Andalucía. “Puerto Laguna y Puerto Rey fueron construidas a mediados de los setenta. Los promotores han podido levantar las viviendas —en aquellos años o posteriormente— solo con la licencia municipal”, se defiende un portavoz de la Junta.
“Todas las administraciones tienen su parte de responsabilidad, y también algunos propietarios que se opusieron ferozmente a la propuesta de deslinde de Playa Vera, que declaraba la zona como inundable”, afirma el catedrático de Ingeniería Hidráulica de la Universidad de Granada, Miguel Ángel Losada. El experto es autor de un informe muy crítico con la nueva Ley de Costas del Gobierno. En él se recoge precisamente el ejemplo de Playa Vera, que ahora suena como una advertencia de lo que más tarde o más temprano iba a ocurrir. “Proteger Playa Vera puede costar cinco millones de euros. La nueva reforma grava sobre los presupuestos del Estado el gasto de las inundaciones. Pero quién debe pagarlo. Deberían ser los que han construido en esas zonas. Si ponemos urbanizaciones y carreteras junto a los ramblas y las riberas del mar tendremos más desastres como el de Playa Vera. Es una locura”, dice Losada.
Suena la voz de un contestador al otro lado del teléfono: “Está usted en contacto con el Consorcio de Compensación de Seguros”, dice. Esa es la respuesta que ahora mismo reciben quienes han sufrido la riada. Tienen que esperar 72 horas a que alguien de la empresa estatal vaya a supervisar los daños y se haga cargo de la situación. “Te dicen que no toques nada”, señala una afectada en el bar La Cala, donde un grupo come unos bocatas mientras tratan de asimilar lo que les ha ocurrido. Están cansados y en sus caras se puede ver la indignación que surge después de pasar horas enfangados. “Creo que no hemos recibido el apoyo moral que debiéramos. Nos han dejado solos”, dice la mujer. “Ni siquiera unos bocadillos o agua gratis para los que estamos aquí limpiando. No he visto imágenes como las del chapapote en Galicia y, en general, los medios de comunicación no han hecho mucho caso a lo que ha pasado aquí”, se queja la mujer.
En los aledaños de Juan Sebastián Elcano, las cuadrillas prosiguen con el trabajo. El barro se acumula en las aceras. Algunas casas no se tocan. Pertenecen a extranjeros que aún no han podido llegar o bien son de los bancos, casas de hipotecas impagadas que siguen vacías.
El olor empieza a hacerse más espeso en esas viviendas. Cristóbal, un hombre que prefiere no dar su apellido, busca una tele de plasma en el lugar donde ha ido colocando todas las cosas que estaban en su casa. Ya no está. En los últimos días se ha hablado de pillaje, de algunos grupos que van buscando algo que llevarse aprovechando el desorden tras la riada.
“No sé quién puede querer eso, si ya no sirve para nada”, dice Cristóbal. Y pide que todo sea expropiado, que les den un dinero y que nunca se vuelva a construir en la desembocadura del río.

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